
Por: Daniel A. Vidal Toche
Son cientos las imágenes sanguinarias que desfilan frente a nuestros ojos a diario. La muerte en su versión más enrarecida es casi un evento cualquiera. No hay el mínimo atisbo. Cambiamos de canal, pasamos la página del diario. Olvidamos.
No se puede conocer realmente sino se te mete por debajo de la piel, cada sensación, cada segundo antes de que ocurra el crimen. Acercarte a la herida en el cráneo de un chico asesinado. Algo que no se ve así nomás. Pero incluso más poderosa es la visión que las palabras pueden conjurar en uno. Palabras que colman cada espacio en blanco, que dejan las frías y clínicas fotografías y los meticulosos y habituales argotes periodísticos para reemplazarlos por sensaciones tan vivas como el momento mismo del crimen, tan mórbidas y despiadadas, y cercanas que no las puedes olvidar más. La literatura tiene ese poder. Ahora el periodismo también, Capote se lo otorgó.
Truman Capote no sólo inventó un género, sino que acercó la mirada. Alejó esa vieja ley de periodismo objetivo y las destazo ante cientos de lectores que hasta hoy, extasiados, enajenados, se sumergen en su Sangre fría, en sus venas de escritor que fue periodista por accidente.
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